El Sol, rey del firmamento, que da vida con su luz, calor y sustento con sus rayos, esperanza a navegantes con el simple atisbo de su presencia…
El disco de Uunartoq, la piedra solar que vino del norte
Cuenta la leyenda que hace miles de años los antiguos moradores de tierras norteñas, conocidos como vikingos, consiguieron orientarse con maestría en mitad del vasto océano, aun sin conocer todavía esa suerte de estrella polar que uno puede llevar encima llamada brújula.
Fue un misterioso objeto el que obró el milagro: la “piedra solar” o disco de Uunartoq, un círculo de mineral de calcita hallado en un convento medieval, en las heladas llanuras de la lejana Groenlandia. Los responsables de tan revelador hallazgo fueron dos arquéologos húngaros, que recién desenterrado el mineral, creyeron haber encontrado un simple ornamento.
La revelación fue asombrosa: los cristales que formaban el disco de Uunartoq eran capaces de dividir la luz del astro rey en dos haces, de forma y manera que al girarlo, el navegante avezado no tenía más que fijarse en los anillos polarizados que se describían alrededor del Sol, situándolo así en el firmamento. Sin duda esta poderosa piedra solar fue causa principal de la absoluta hegemonía de los vikingos en los mares del norte durante siglos.
Tonatiuh, el Quinto Sol de los Aztecas
La mitología Azteca cuenta en su acervo con una historia realmente apasionante en la que el Sol es el indiscutible protagonista. Según esta otrora hegemónica civilización, el dios Tonatiuh fue considerado líder del cielo y conocido como el Quinto Sol.
Tras la muerte del Cuarto Sol, dos aspirantes se disputaron el puesto: Tecusiztécatl, un hombre cobarde aunque orgulloso de sí mismo, y Nanahuatzin, un dios noble y pobre en extremo. Para convertirse en el Quinto Sol, ambos debían sacrificarse en la misma pira. Tecuciztécatl se introdujo pero salío del fuego en el acto, presa del dolor. En cambio, cuando Nanahuatzin se dispuso a ser pasto de las llamas, un ascua emergió de la hoguera, ascendió hasta el firmamento y lo iluminó. El humilde dios se convirtió así en el Quinto Sol y se autonombró Tonatiuh.
Su rival, presa de la envidia, intentó conseguir lo mismo volviendo a lanzar su persona al fuego, pero finalmente se convirtió en la Luna.
Eguzkilore, la Flor del Sol
El último relato versa sobre una de las historias más bellas de la mitología vasca. Según narran los lugareños, hace miles de años los primeros habitantes de nuestro planeta moraban en él en la más absoluta oscuridad. Carecían de Sol y de Luna y su existencia se hallaba amenazada por extrañas criaturas malévolas a las que, debido a la falta de luz, jamás acertaban a vislumbrar.
Aquellas buenas gentes acudieron a Dana, Diosa del Sol, que tras mucha insistencia les concedió una hermosa Luna para iluminar sus vigilias. Los humanos vivían durante las horas lunares y dormían cuando la Luna se ocultaba. Pasado un tiempo, volvieron a implorar a la diosa, que decidió crear al poderoso Sol. Éste, además de iluminar, hizo crecer frutos y flores y otorgó su protección frente a las criaturas que hasta entonces les habían asediado.
Pero cuando el Sol ocultaba a la Luna y las noches carecían de su luz, las presencias demoníacas retornaban. Al volver a solicitar ayuda a su diosa, ésta, en su gracia, les concedió una nueva ayuda, ésta vez en forma de flor. La forma de dicha flor se asemejaba a la del Sol, por lo que bastaba con que los humanos la colocaran en la puerta de sus humildes moradas durante las noches sin Luna para ahuyentar a los malvados seres. A esta flor se la conoce en las vascongadas con el nombre de Eguzkilore (Flor del Sol).
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