La botella juega un papel crucial en la elaboración y calidad del vino. Por un lado, su forma, color y composición determinan las posibilidades de finalizar la crianza y redondear el vino, así como ensamblar sus características debido a reacciones de polimerización que se realizan tras el embotellado y descanso del vino.
Por otro lado, la botella del vino está directamente ligada con su consumo, al mostrarse, cada vez más, como herramienta de marketing y constituir un elemento fundamental en la elección de compra del consumidor.
Aunque es habitual asociar la crianza en botella sólo al vino de gran calidad y con potencial de guarda, el hecho es que todos los vinos, incluso los más jóvenes deben permanecer algún tiempo de guarda en bodega tras ser embotellados.
Los complejos y delicados matices del ‘bouquet’ se forman en la botella, donde el vino ensambla, equilibra y afina sus, hasta el momento, rudos aromas, olores y sabores.
Durante esta reducción, como se denomina a esta etapa, el vino pierde algo de sus aromas frutales característicos de su juventud, para desarrollar perfumes más sutiles e interesantes que marcan su madurez.
En la botella, a los aromas primarios se superponen los secundarios y terciarios formando la llamada por los expertos ‘perspectiva aromática del vino’.
Además, la botella frena la evolución biológica del vino alargándole la vida, que se prolonga con un ritmo más lento. El escaso aire presente entre el líquido y el tapón puede considerarse prácticamente nulo y, en ocasiones, es consumido en reacciones que suceden en el vino durante su permanencia en la bodega.
Los vinos blancos de guarda en la botella se vuelven más sedosos y voluptuosos, perdiendo sus aromas frutales iniciales para ganar en complejidad y sutilidad. Por su lado, los tintos se ensamblan a la vez que se decoloran, pasando de los tonos violetas a los naranjas y tejas.
Durante la crianza en botella se produce una disminución del potencial oxidativo del vino, donde intervienen algunos fenómenos de evolución.
Por un lado unas sustancias denominadas procianidinas en ausencia de oxigeno se hidrolizan uniéndose a los antocianos provocando una disminución de la intensidad de color, acompañado de una evolución hacia los matices anaranjados o amarillentos, y de una pérdida de astringencia en el vino o, si se quiere, de una mayor suavidad. Con el transcurso del tiempo los antocianos evolucionan hacia el color teja o ladrillo.
El origen químico de estos cambios se debe fundamentalmente a procesos de polimerización, donde los antocianos libres se unen a otras sustancias que provocan modificaciones en su estructura molecular que se traducen en cambios de color y sabor.
La botella, además de este papel fundamental que hemos visto que juega como elemento elaborador y conservador, es el principal elemento comercial del vino.
Juzgamos las cosas (e incluso a las personas) por la vista, la primera impresión cuenta mucho, así lo han determinado numerosos estudios del ámbito de la economía y en el vino, pese a quien le pese, sucede lo mismo.
Todo el mundo asocia a un nivel subconsciente, la calidad de un vino, sea ésta para bien o para mal, en función a la impresión que nos causa una botella y su etiqueta. Caemos en la tentación de asimilar una bonita botella de elegante etiqueta a un vino de gran calidad, o por el contrario rechazar un vino porque por su botella o etiqueta consideramos que contiene un vino de baja calidad, incluso sin llegar a probar el vino.
En cualquier caso, la botella es el envoltorio del vino, su carta de presentación, y nos guste o no, un elemento de fundamental valor comercial con gran peso específico en el proceso de compra de un vino.
Fuente: Vinetur
Obra ilustrativa del artista plástico mendocino Juan Pablo Gianello
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