A juzgar por la parte inferior del rostro, parecía un hombre de carácter fuerte, con labios gruesos, y un mentón largo y recto, que indicaba un carácter resuelto, llevado hasta los límites de la obstinación”, comenta Watson, fiel compañero del célebre detective Sherlock Holmes, al ver ingresar un misterioso hombre para encargarle un caso en el cuento Un escándalo en Bohemia.
La intuición del personaje de Arthur Conan Doyle parece guardar una correspondencia con lo que la ciencia hoy comprueba, que no bien vemos a alguien, en tan sólo unos milisegundos, nos formamos impresiones a partir de su cara sobre si es una persona confiable, extrovertida, competente, dominante o agresiva.
Y estas primeras apreciaciones impactan en nuestra conducta.
Si bien las ideas pseudocientíficas del siglo XIX que fijaban reglas sobre cómo las características faciales revelaban rasgos de personalidad fueron probadas como erróneas, hoy sabemos que las personas tendemos a coincidir más que por azar en nuestras primeras impresiones sobre la apariencia física, aunque esas inferencias no siempre sean acertadas.
Ya entre los 3 y 4 años, los niños muestran un nivel de consenso en las atribuciones sociales que hacen al ver rostros, consistente con los juicios de los adultos.
Numerosos trabajos intentaron identificar las configuraciones faciales que dan lugar a juicios sociales.
Se ha observado que las personas cuyas caras parecen de mayor edad, que tienen labios finos y arrugas en los contornos de los ojos tienden a ser consideradas más distinguidas e inteligentes.
Otros estudios mostraron que las personas adultas con “cara de bebé” (ojos grandes y cara redondeada) suelen verse como físicamente débiles, ingenuas, honestas y agradables.
Los rostros simétricos se consideran atractivos y se asocian con rasgos de personalidad positivos. Esto se relaciona con el “efecto halo”, cuando una persona es valorada positivamente en una dimensión, esta evaluación se extiende a otras dimensiones.
La expresión emocional de un rostro también influye en las atribuciones sociales que realizamos.
A partir de rostros generados por computadora, el profesor de la Universidad de Princeton Alexander Todorov demostró que las caras cuyas bocas recuerdan una sonrisa suelen percibirse como más confiables, extrovertidas y próximas; en cambio, si las bocas parecen enojadas, se ven como poco confiables, dominantes y amenazantes.
Así interpretamos las intenciones de los demás. Otro factor es la familiaridad que le atribuimos a un rostro. Las caras que se consideran “típicas” en una cultura, se perciben como más confiables para sus miembros que las que no lo son.
Estas impresiones pueden influir en nuestras decisiones y en cómo nos comportamos en diversos contextos.
Por ejemplo, estudios de laboratorio que emplean paradigmas de juegos económicos han mostrado que tendemos a confiar menos en quienes tienen caras “no confiables”, aun cuando nos demuestran lo contrario con sus acciones.
En el ámbito amoroso, investigadores analizaron las configuraciones faciales en las citas online, y encontraron que lucir divertido y extrovertido era un factor de predicción de éxito.
Estas conductas responden a mecanismos evolutivos, destinados a generar respuestas que garanticen nuestra supervivencia, pero que también contribuyen a promover estereotipos e, incluso, conductas xenófobas.
Por eso, es importante conocer cómo se generan y qué función tienen, para que no sea la primera impresión la que realmente cuente.
desde CLARIN (Revista Viva)
Facundo Manes, neurocientífico.
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