Lo que no te han contado de las bacanales: sexo, poder y la caza violenta de mujeres
Según el diccionario de la Real Academia Española, una bacanal es una “orgía con mucho desorden y tumulto”. Y una “orgía”, palabra cuyo origen proviene igualmente de los cultos a Baco (el griego Dioniso) que tuvieron lugar en la antigua Roma, es un “festín en el que se come y bebe inmoderadamente y se cometen otros excesos”.
En el imaginario popular, las Bacanales son un sinónimo de desenfreno sexual sin límites. Un reducto de los peores vicios romanos, que se entregaban al fornicio y las libaciones en fiestas nocturnas. Sin embargo, lo que de verdad ocurrió a principios del siglo II a.C. está más cerca de la caza de brujas y la represión ideológica que del jolgorio hedonista.
Es lo que relata el profesor de Patrimonio Histórico-Artístico y de Arte Antiguo y Clásico de la UNED Pedro Ángel Fernández Vega en su último trabajo, 'Bacanales. El mito, el sexo y la caza de brujas', con el rigor de un historiador de primer orden y el pulso narrativo de un escritor de 'thrillers'. Es, muy probablemente, el libro definitivo sobre el tema, que intenta poner las cosas en su lugar y desmentir medias verdades; sobre todo, las palabras de Tito Livio, la principal fuente que ha llegado hasta nuestros días, y que como recuerda el autor “hablaba de rumores”. “La atmósfera oscurantista contenía todos los ingredientes para fomentar las habladurías”.
Las Bacanales entrañan la transgresión de tabús de naturaleza sexual e íntima
Corría el año 186 a.C. y Roma se encontraba en una encrucijada. Las segundas guerras púnicas contra Aníbal habían golpeado la moral de los ciudadanos capitalinos, puesto en entredicho las religiones tradicionales (los dioses habían dado la espalda a Roma) y provocado la llegada de extranjeros a Roma. En ese contexto, los ritos dedicados a Baco comenzaron a jugar un papel cada vez mayor, lo que quitó el sueño a las autoridades romanas, que demonizaron la fiesta. “El Senado logró que cristalizara esa idea perdurable al decretar una persecución”, explica el historiador sorbe la imagen que de las bacanales tenemos hoy. “La pregunta que nos hacemos acerca de la veracidad de las Bacanales como ceremonias de sexo colectivo deriva de su poderosa fuerza evocadora, porque entrañan la transgresión impúdica de tabús de naturaleza sexual e íntima”.
Ménades y falos
El autor no utiliza en balde el término “caza de brujas” para referirse a la persecución que sufrieron los adoradores de Baco; especialmente, las mujeres. La gran duda que nunca podremos resolver, recuerda el historiador, es si “esta argumentación fue la causa directa o solo la excusa para provocar una persecución”. Estas celebraciones, provenientes del extranjero, comenzaron a tener lugar alrededor del monte Aventino y a comienzos del siglo II a.C. comenzaron a reunir a hombres y mujeres “en contextos ahora teñidos de promiscuidad, de nocturnidad y en lugares en los que el ritual se practicaba con danzas y músicas de ritmos pausados pero reiterados y crecientes… Todo ello envuelto en el secretismo de un culto mistérico”.
El sexo era un ingrediente de esos ritos, y probablemente ni siquiera la mayor amenaza: era mucho más problemática la posibilidad de la aparición de otra sociedad alternativa dentro de la sociedad romana. “Fue decisiva la diversidad de sus miembros”, explica el profesor. “La heterogeneidad de su procedencia social no despreciaba a los esclavos y los mezclaba con libres, ciudadanos romanos y hasta con miembros de la nobleza patricia y plebeya que formaba la clase política”. Una celebración potencialmente peligrosa por su carácter transversal y extranjero, al provenir, como escribía Livio, de “la llegada a Etruria de un griego desconocido, una mezcla de practicante de ritos y adivino”. Antes de que los romanos pusiesen el grito en el cielo, las bacanales se habían extendido ya por toda la península itálica. “Se pueden rastrear indicios de xenofobia tras la persecución y tras la expulsión un año antes, en el 187 a.C., de 12.000 itálicos”, añade Fernández.
En ese contexto de desesperación moral en el que muchas familias habían perdido a sus varones en la guerra, cultos mistéricos como el de Baco, el dios del vino y del éxtasis, se presentaban como una alternativa atractiva para sus seguidores porque “hacían derivar el paganismo tradicional hacia caminos más prometedores, aunque fuera tras la muerte, una vez superadas las miserias existenciales terrenales”. Era un acto de unión mística entre el fiel y el dios que fácilmente llevaba a las interpretaciones adversas. Que utilizase falos o que Baco se representase como un efebo afeminado no ayudaban.
El rito “se materializaba en el éxtasis o el trance que el iniciado en la religión experimentaba”.
Era lícito el goce con esclavos y libertos, concubinas y cónyuges, pero no con mujeres vinculadas a otro ciudadano romano
La representación más habitual de las ménades (las ninfas que criaron a Dioniso), y que como recuerda el autor abunda en los museos de arqueología clásica de toda Europa, es de “mujeres que portan tirsos, una suerte de varas rituales y vestidas con peplos cuyos pliegues se agitan convulsamente para expresar el entusiasmo o la euforia de la posesión provocada por la manía, la locura que demuestra que el dios se ha apoderado de ellas sirviéndose de la música y la danza como canal ritual”. No parece que el vino influyese en este aspecto, señala el autor. No obstante, es complicado conocer los pormenores al tratarse de un culto mistérico.
Cuáles eran exactamente los delitos sexuales de los que se acusaba a los seguidores báquicos? Principalmente, de estupro, es decir, “profanación sexual perpetrada sobre cuerpos amparados o protegidos por el Derecho”. Como recuerda Fernández Vega, la legislación romana no reparaba en sexos sino en la condición jurídica de la pareja sexual. “Más bien habría que hablar de erotismo, de goce sexual que se podía satisfacer con las parejas con las que era lícito por derecho, con independencia de su sexo; esclavos y libertos, y también concubinas y cónyuges, pero no era lícito con menores ni con mujeres vinculadas a otro ciudadano romano”.
Una de las acusaciones que recayeron contra aquellos hombres que participaron en estos cultos era la de actos homosexuales pasivos, que dos siglos después le causaron particular consternación a Tito Livio: “Al varón romano se le presuponía un rol activo, como característica de su virilidad”, matiza Fernández Vega. “En el contexto de promiscuidad y nocturnidad de los ritos, caracterizados por un abandono extático a la posesión por parte del dios, que estaba inducida por la música y la danza, era verosímil que las bacanales alocadas que describe Plauto en sus comedias se pudieran interpretar como ocasiones para la práctica del sexo en grupo, tanto hetero como homoeróticas”.
Restableciendo el orden a través de la violencia
La persecución quizá no habría sido tan brutal si el Senado no hubiese contado con Ebucio e Híspala Fecenia, que protagonizaron una particular historia de amor y traición. El primero era un joven cuyo padre había muerto en las guerras púnicas y cuya madre, nuevamente casada, pretendió iniciarlo en el culto a Baco. La segunda, una cortesana de lujo –quizá de origen hispano– que se convirtió en su amante y se mostró escandalizada cuando el primero le confesó que se iniciaría en el rito ya que le desveló que el objetivo de sus padres era quedarse con su dinero. Fue entonces cuando el caso llegó a oídos de los poderes oficiales y la pareja de amantes se convirtió en los principales testigos de la acusación.
Las ejecuciones se hicieron en público, siempre que no hubiera un padre o marido con autoridad para liquidarlas en casa
“Permitió detonar la persecución”, recuerda Fernández Vega. “La delación, forzada por el cónsul, se basa en rumores que Híspala no puede confirmar porque dice que ya no acude a los rituales. Y esa delación deriva de que ella ha pretendido disuadir a su amante de ingresar en el culto, porque perdería su influencia sobre él”. La denuncia, no obstante, constituyó un 'casus belli' alrededor de la idea de que “su padrastro buscaba alzar los bienes del joven Ebucio, echándolo a perder en una secta de perversión”. A cambio, recibieron una cuantiosa recompensa, que para el historiador “evidencia el proceder judicial de un estado autoritario, que actúa sin garantías procesales, pero que manifiesta una férrea determinación en el desencadenamiento de la persecución”.
Ese quizá sea uno de los grandes legados de la historia de las Bacanales: cómo un rito religioso sacudió la sociedad romana y preocupó a las élites hasta el punto de que la urbe terminó convertida en un todos contra todos. No han llegado hasta nuestros días datos acerca de cuántas personas fueron depuradas en el proceso (un silencio que Fernández Vega considera “elocuente”), pero sí que abundaron las condenas de muerte. Especialmente brutales en el caso de las mujeres: “La represión permitió un reajuste del entramado social donde, además, la mujer finalizó siendo la gran perdedora: las ejecuciones de las inculpadas y sentenciadas se hicieron en público, siempre que no hubiera un padre, marido o tutor con autoridad efectiva para liquidarlas discretamente en el ámbito doméstico, privado”.
El senadoconsulto no erradicó el culto, pues ello podría haber despertado la furia de los dioses, pero se limitó enormemente. “Lo que se hizo fue neutralizarlo, atomizarlo en cofradías de no más de cinco miembros, y de ellos, a lo sumo dos hombres y no más de tres mujeres”, recuerda el historiador. Ellas, una vez más, fueron las que saldrían peor paradas, pues “la persecución de las Bacanales propició un rearme moral del rol patriarcal en el seno familiar”. El interregno de libertad tocaba a su fin, pero en el horizonte asomaban nuevas formas de culto que pondrían en tela de juicio la autoridad romana…
Y si, en definitiva, las Bacanales pudiesen entenderse antes como un precedente del cristianismo que una celebración del hedonismo y los placeres de la carne?
“Los parentescos entre el cristianismo y las religiones mistéricas anteriores, reveladas solo a los iniciados en sus sacramentos, alimentan un fecundo campo de investigación”, concluye el autor, antes de citar similitudes con Jesucristo como que Baco fuese “un dios de vida, muerte y resurrección”, que “triunfa sobre la muerte, desciende al mundo de los muertos y vuelve con los humanos” o el papel que en ambos mitos juega el vino.
“El culto a Dionisos hunde sus raíces en el segundo milenio antes de Cristo y se prolonga hasta los primeros siglos de la era cristiana. El cristianismo prende en un sustrato religioso fecundo y milenario”.
elconfidencial
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