Breve historia de las borracheras: del garrafón babilónico a la bacanales romanas
By CLAUDIA CORIN - 11:09
El hombre se emborracha desde que consiguió fermentar el alcohol, pero el poder ha intentado durante siglos que no se nos vayan las cosas de las manos... en vano
Una investigación publicada en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences ha desvelado que el ser humano pudo empezar a sintetizar el alcohol mucho antes de que fuese capaz de fermentarlo. En otras palabras, el organismo preparó a nuestros ancestros para enfrentarnos a las bebidas espirituosas hace 10 millones de años, probablemente cuando nuestros antepasados empezaron a asentarse sobre tierra firme, de forma que estos fuesen capaces de digerir la fruta podrida que encontraban en el suelo.
La primera copa fue, probablemente, producto de algún accidente. Suele datarse en el año 10.000 a.C., en el período neolítico, la fecha en la que se empezaron a fermentar bebidas, puesto que se han hallado jarras destinadas al consumo de cerveza. Pictogramas egipcios muestran que en el año 4.000 a.C. ya se bebía vino en Oriente Próximo, donde se disponía de una gran variedad de bebidas: hasta 17 variedades de cerveza y 24 de vino, que se utilizaban tanto con fines recreativos como religiosos, medicinales o funerarios.
Pero, está asociado el consumo de alcohol indefectiblemente a las borracheras?
Parece ser que así es, como explica una completa investigación publicada por David J. Hanson. Desde el albor de los tiempos ya se alertaba que el alcohol debía consumirse con moderación, pero curiosamente, en el caso egipcio, no tanto por los efectos directos de la ebriedad como por los problemas morales asociados a las tabernas donde se podía adquirir alcohol y que solían ser, al mismo tiempo, casas de prostitución.
Rápidamente, el alcohol empezó a ser descubierto por las diferentes civilizaciones de todo el planeta: los babilonios eran, por ejemplo, grandes aficionados a la cerveza y el alcohol. El código de Hammurabi es el primer intento de hacer frente al garrafón, ya que en él se aclara que “si una tabernera rebajara la calidad de la bebida y esto fuese probado, será arrojada al agua”. El ahogamiento era una de las tres ejecuciones previstas en el Código, junto a la hoguera y el empalamiento. Nadie le toca su bebida a un mesopotámico.
El brebaje de los Dioses
En muchas ocasiones, y debido a los efectos que produce, el alcohol ha sido considerado como un catalizador de la vida espiritual. Es lo que ocurre en China, donde un edicto del año 1.116 aclaraba que el uso del alcohol con moderación es una prescripción sagrada. Las autoridades eran conscientes de que el ser humano no puede salir adelante sin una cerveza ocasional, por lo que descartaban su prohibición, aunque alertaban contra el abuso de los espirituosos. En la Grecia clásica, Platón animaba al consumo moderado de alcohol, pero también se mostraba preocupado ante su abuso.
Harina de otro costal eran Alejandro Magno en particular y los macedonios en general, que rendían culto a Dioniso, dios del vino. El propio Magno murió después de una noche de borrachera, que lo debilitó hasta perder la movilidad, la vida y el habla. Fue sin duda la peor resaca de su vida y, envenenado o no, poco después, su vida tocaría a su fin. La Roma Clásica se moderó hasta la conquista del Mediterráneo en el II a.C. A partir de entonces, el consumo empezó a aumentar, hasta alcanzar su culmen durante el declive de la República. La frugalidad y templanza habían sido sustituidas por la ambición y la corrupción.
Es bastante probable que Atila, rey de los hunos, muriese por el alcohol
Los emperadores no siempre fueron modelos de conducta. Nerón propinó una patada a su mujer Popea, que acabó con su vida y con la de su hijo, cuando se encontraba bajo los efectos del vino. Marco Antonio tampoco se andaba con remilgos a la hora de apretarse una buena jarra y fumar un poco de opio. En otro ámbito, es bastante probable que la muerte de Atila, rey de los Hunos, estuviese relacionada con el alcohol, ya que falleció en su noche de bodas tras sufrir una hemorragia nasal. Algunas teorías afirman que estaba demasiado borracho como para darse cuenta de que se estaba ahogando en su propia sangre.
La era de esplendor de las cogorzas
La expansión de la cristiandad hizo que Europa empezase a seguir los consejos del Nuevo Testamento sobre el alcohol, y Jesucristo no era un gran partidario de la dipsomanía, aunque abogase por el consumo casual (y litúrgico) del vino. En Lucas 21:34, recuerda: “Que vuestros corazones no se carguen de glotonería y embriaguez y de los afanes de esta vida”. Alrededor del siglo V, la Iglesia estableció que el consumo de alcohol era un presente divino para ser disfrutado con moderación. No por casualidad, la extensión de la cultura vinícola fue de la mano del crecimiento del cristianismo: las órdenes religiosas garantizaban el cultivo de la vid para su consagración en la misa.
La idea de que el alcohol podía proteger al bebedor frente a la peste estaba extendida
La Edad Media fue un período de grandes avances alcohólicos. No sólo por la preservación del vino en los monasterios, sino también porque los pueblos celtas, anglos, sajones, germanos y escandinavos comenzaron a elaborar un gran número de cervezas e hidromieles diferentes. La mayor parte de libros de cocina de dicha época utilizan el vino como uno de sus ingredientes principales, tanto en Francia con Le Ménagier de Paris como en España, donde el médico español Arnau de Vilanova publicó Liber de vinis, uno de los primeros tratados sobre el vino.
Plagas como la Peste Negra dispararon el consumo de alcohol, como suele ocurrir en tiempos de crisis moral o material. La idea de que este podía proteger al bebedor frente a una enfermedad de la que poco se conocía estaba particularmente extendida. Frente a ella, se encontraba la visión de que, debido a que se trataba de un castigo divino, la moderación en los vicios era más propicia. No obstante, los datos sugieren que la primera opción ganó la partida: en Bavaria se consumían unos 300 litros al año por persona, en la Valladolid del siglo XVI se consumían unos 100 litros por persona y los polacos podían llegar a trasegarse 3 litros al día. Los escoceses eran tan expeditivos como los mesopotámicos, y condenaban a muerte a los que adulteraban las bebidas alcohólicas.
El alcohol como problema social
Durante la Edad Moderna, las ciudades empezaron a crecer y Europa abandonó las oscuridades del Medievo. La Reforma no cambió significativamente la situación, ya que Calvino o Lutero mantenían la misma defensa del consumo moderado del alcohol que la Iglesia Católica. No obstante, como explica Kristen D. Burton en un reciente artículo publicado en The Appendix, muchas voces individuales empezaron a alzarse contra el alcohol, de mano con la proliferación que ocasionó la barata y abundante producción de destilados como el champán, la ginebra o el whisky.
El racionalismo y positivismo se convirtieron en aliados en la lucha contra la ebriedad, que ya era considerada como la bebida del Diablo, puesto que hacía cambiar las mentes y cuerpos de los hombres que la consumían. La producción casera de ginebra en Londres causó miles de envenenamientos a comienzos del siglo XVIII, lo que provocó que la alarma social se disparase, lo que llevó a que el Parlamento aprobase en 1736 una legislación que aumentase los impuestos asociados a la ginebra. Ello no impidió que seis años después los 500.000 londineses vivos se repartiesen unos 68 millones de litros de ginebra entre todos. Un libro anónimo publicado en 1794 y llamado A Treatise, on the True Effects of Drinking Spirituous Liquors, Wine and Beer on Body and Mind, alertaba contra los peligros del consumo moderado de alcohol… que situaba en ¡tres vasos de ginebra al día!
El alcohol comenzó a verse en el siglo XIX como el enemigo del control social, de la productividad y de la conservación de las buenas maneras
El gran cambio de paradigma respecto al consumo de alcohol que aún llega a nuestros días se produjo en el siglo XIX, cuando importantes masas de campesinos se trasladaron a la ciudad, incorporándose a la vida urbana e industrial. El alcohol empezó a ser considerado la cabeza de turco de problemas como el crimen, la pobreza o la mortalidad infantil, oscureciendo lecturas sociológicas como las altas tasas de desempleo o el hacinamiento en pequeños espacios. La bebida pasaba a ser así el enemigo del control social, de la productividad y de la conservación de las buenas maneras, y comenzó a ser estigmatizada como un destructor de la voluntad individual y desestabilizador de la nueva sociedad urbana.
Los resultados de la evolución del consumo alcohólico en España durante las últimas décadas nos recuerdan que el ser humano siempre ha oscilado entre dos grandes polos respecto al alcohol: el que lo utiliza de forma moderada aunque diaria, generalmente como acompañamiento en comidas, centrado en la cerveza y el vino; y el consumo ocioso asociado al esparcimiento nocturno, centrado en bebidas espirituosas como el ron, el whisky o la ginebra. En definitiva, los dos polos que representan la moderación cristiana y el exceso dionisiaco de Alejandro Magno.
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